MVLL: Una invitación al suicidio
Contra todos los pronósticos, Mario Vargas Llosa –el novelista vivo más importante del planeta, el más ilustre gestor y difusor de la cultura de la libertad– ha pedido que sus compatriotas voten en la segunda vuelta electoral por Keiko Fujimori, portaestandarte y símbolo de la corrupción política del Perú. ¿A qué se debe esa contradicción? ¿Qué motiva esa invitación al suicidio por parte del otrora gran defensor de las libertades ciudadanas?
Para la señora Fujimori, el contexto actual es un contexto soñado para retornar al poder. Su rival, Pedro Castillo, es un profesor y campesino cajamarquino. Su trayectoria política va desde una candidatura fallida a alcalde distrital por Perú Posible (organización del ahora prófugo expresidente Alejandro Toledo) a exitoso líder de una huelga nacional del Sutep, confederación de profesores del magisterio nacional acusada (sin pruebas) de estar infiltrada por cuadros del movimiento terrorista Sendero Luminoso. Castillo postula por Perú Libre, organización de izquierda radical cuyo fundador y autor único del plan de gobierno, Vladimir Cerrón, está sentenciado por corrupción.
En ese contexto, en medio de una pandemia que ha revelado un sinnúmero de carencias nacionales, casi toda la prensa peruana vocifera a favor de Fujimori, y con ella –¿cuándo no?– los portavoces políticos de la mayoría de partidos, los líderes empresariales, los funcionarios de planilla dorada, a los que se suman los influencers faranduleros. Si se agrega una opinión tan influyente y seria como la de Vargas Llosa, la señora Fujimori parece tener asegurado el fajín presidencial.
Pero ¿es cierto lo que sostiene Vargas Llosa? ¿Que la señora Fujimori encarna ahora “el mal menor”? Si apelamos al pensamiento vargasllosiano de siempre (no al de su artículo que motiva este comentario [https://www.cronica.com.mx/notas-asomandose_al_abismo-1183822-2021/]), la respuesta es no. Rotundamente no.
En principio, Vargas Llosa parece haber olvidado que los regímenes autoritarios y antidemocráticos –sean de derecha, de izquierda, del centro; sean civiles o militares– solo poseen de político la careta; su verdadera entraña se agazapa en las sombras: son, en realidad, organizaciones criminales cuyo único interés es vaciar las arcas fiscales para provecho personal y grupal. Esas organizaciones suelen perpetuarse en el poder y, para ello, emplean todos los recursos: infestan las instituciones; compran a la prensa; se reeligen en comicios fraudulentos; chantajean a sus adversarios; persiguen a sus enemigos utilizando contra ellos la Sunat o el poder judicial, y, si fuera necesario, los desaparecen o aniquilan (li-te-ral-men-te). Un ejemplo cercano: el régimen de Alberto Fujimori. Un ejemplo actual: el de Maduro en Venezuela. Que uno se reconociera de derecha y el otro de izquierda no tiene la menor importancia: se trata de organizaciones criminales que utilizan el poder político para saquear los recursos nacionales.
¿Ha olvidado Vargas Llosa que la señora Fujimori formó parte del régimen que la historia del Perú identifica como el más corrupto del siglo XX? Claro que no. Vargas Llosa tampoco ha tenido necesidad de evocar nada: la señora Fujimori ha reivindicado el régimen de su padre.
¿Le cree Vargas Llosa a la señora Fujimori que cumplirá sus tareas democráticas? Estoy seguro que no. En 2016 la señora Fujimori obtuvo mayoría absoluta en el congreso. Si hubiera tenido inclinaciones democráticas, no se habría dedicado a petardear al poder ejecutivo, ni a obstruir cualquier iniciativa que pudiera ser provechosa para el pueblo simplemente porque el crédito iba a ser del presidente. Los resultados: dos presidentes vacados, un congreso disuelto, mayor agudización de la crisis.
En su artículo de ayer 17 de abril, Vargas Llosa expresa temor de que Pedro Castillo instaure una sociedad comunista. Si se tratara de una persona que desconociera la realidad internacional, se aceptaría tremendo dislate, pero se trata de Vargas Llosa. Sabe Vargas Llosa que las sociedades comunistas no han tenido ni tienen posibilidad alguna en el planeta; incluso China y Rusia son sociedades con políticas de gestión claramente capitalistas. Si llegara a ganar la presidencia y quisiera mantenerse en esta, Pedro Castillo solo contaría con limitadísimo margen de maniobra; ni el contexto local y menos aun el internacional favorecerían propuestas estatizantes anacrónicas.
Hablando en buen romance, lo que pasa con Vargas Llosa es que siente pavor de que el Perú abandone el modelo económico neoliberal. Pero ese modelo, tal como se aplica en la actualidad, tiene, en América Latina y en el Perú, los días contados: ha resultado ineficiente para disminuir la desigualdad social y económica entre los más ricos y los más pobres; ha acentuado el carácter centralista del país propiciando que Lima aventaje demasiado a las provincias; en la pandemia, ese modelo ha llevado a que los pobres se mueran por no poder pagar las tarifas de vértigo de las clínicas; ha condenado a las clases medias y populares a pagar las mayores tasas de interés bancario en el mundo; las ha obligado a dejar parte de sus ingresos en las AFP sin tener derechos sobre esos ingresos (algo claramente inconstitucional), y las ha obligado a pagar, de forma desproporcionada, servicios que incluso no reciben, como ocurre con los de telecomunicaciones.
¿Y por preservar ese modelo de marras Mario Vargas Llosa invita al suicidio a sus connacionales? Si se concretara el triunfo de la señora Fujimori, el próximo 28 de julio de 2021 (bicentenario de la independencia), por televisión e internet se trasmitirá al mundo una escena de pesadilla: en una ceremonia pródiga en protocolos, una acreditada figura del régimen más corrupto del siglo XX retomará el poder con renovado apetito, con dientes más afilados y curtidos, y con la complicidad de muchos esbirros encaletados en diversas organizaciones públicas y privadas, que mentalmente se frotarán las manos mientras participan del suicidio de la nación.